martes, 8 de junio de 2010

Torpedo Müller.


Tenía piernas cortas, un tronco rechoncho y no era lo suficientemente alto (1,76m). Pasaba horas en la cadena de distribución de una empresa textil y allí, entre descanso y descanso, soñaba con goles imposibles. Persiguiendo sus sueños, empezó su carrera en un club juvenil de su ciudad natal, el TSV 1861 Nördlingen, y allí se encontró con un entrenador genuinamente conservador. Aquel patito feo tenía diecisiete años y su entrenador, hastiado de su endeblez física, le sentó en su oficina y le instó a una decorosa huída: 
“En esto del fútbol no llegarás muy lejos. Mejor dedícate a otra cosa.” 
Fue el inicio de una intensa lucha personal por demostrarse a sí mismo y a los demás de que el destino le tenía reservado un lugar de privilegio en el Olimpo de los grandes goleadores. 

Dos años más tarde, en 1964, Gerd Müller, aquel chaval que había fracasado en los juveniles de su pueblo, recalaba en el Bayern de Munich el destino le colocó en el por aquel entonces humilde equipo de Baviera, un conjunto hasta entonces modesto del campeonato regional del sur de Alemania, una segunda división. Allí compartió vestuario con un tal Franz Beckenbauer, que acababa de aterrizar en Baviera. Tschik Cajkovski, su nuevo técnico, pulía los defectos de Gerd a base de latigazos en la prensa. Primero, justificaba su condena a la suplencia. ‘No puedo colocar a un pequeño elefante entre purasangres’. Después, Cajkovski echaba sal a la herida de aquel rechoncho proyecto de delantero centro. ‘Este chico es un molinero gordito’. 

Aquel chico bajito de Nördlingen había probado a correr la banda, a disparar desde fuera del área, a dibujar desmarques, a regatear, a tirar una pared. Todos sus intentos habían fracasado, pero él seguía trabajando. Fue entonces cuando una plaga de lesiones le dio una oportunidad, en 1965, para jugar en punta, tenía 20 años. Aquel muchacho que se había dejado las manos en la industria textil dejó de jugar a parecerse a otros delanteros, para jugar a su particular estilo. El alemán era un jugador inteligente, oportunista y devastador. Vivía en el área y tenía un impecable sentido de la colocación. Sus compañeros sabían que si centraban el balón al área Muller estaría allí. Demoledor en el juego aéreo, era tremendamente eficaz con los dos pies. Era un delantero sin estética, pero sus números eran su mejor defensa. Nadie marcaba más que él, 7 veces máximo goleador de Alemania. Convertía intenciones en goles. Gerd era lo más alejado a nivel estético de un número nueve pero le llegaba un ladrillo y lo convertía en oro puro, en gol. 
A finales de los 60 viajó con el Bayern a Argentina disputando una gira, la afición de aquel país cuando le vieron se burlaron de su extraño físico, al terminar el partido había marcado 3 goles y la hinchada rival le sacó a hombros. 

Esa fama de implacable castigador del área sirvió para que la prensa le colocara un nombre de guerra tan belicoso como apropiado: ‘El Torpedo’ o “el bombardero de la nación”.

Junto a compañeros de generación como Sepp Maier, Franz Beckenbauer o Paul Breitner, cambiaron el destino del Bayern primero, y encumbraron a la selección alemana. Al equipo de Baviera lo ascendieron a la máxima categoría y le hicieron coronarse en Europa. Lo consiguió a base de goles. Marcó más de 600, 365 en la Bundesliga, récord no igualado el 2º Jupp Heynckes está a 98 goles. Anotó 68 goles en 62 partidos como internacional, fue Bota de Oro, de plata y de bronce. Logró tres Copas de Europa, una Recopa y una UEFA, y puso al mundo a sus pies en el Mundial de Mexico, en 1970, donde fue el máximo goleador del torneo(10 tantos), al igual que en la Eurocopa del 72 que ganó, sumando a su palmarés el mundial del 74 en su país, ante la naranja mecánica de Cruyff y marcando el gol del triunfo para retirarse de la selección como nadie, peleado con los dirigentes de la selección, no volvió. 
Fue el máximo goleador de todos los mundiales, participando sólo en dos, hasta que le superó Ronaldo.

Después de saborear la gloria alemana, Müller sufrió una lesión misteriosa de la que nunca llegó a recuperarse, se retiró a Estados Unidos para jugar en el Strikers de Fort Lauderdale por tres temporadas. 

En 1982 Müller decide terminar su carrera, con este final , Müller se sumió en una crisis profunda. La transición desde el pináculo de la fama a la vida normal no le resultó fácil. Aparte de firmar un autógrafo de vez en cuando o de participar en algún partido de famosos, Müller no sabía cómo pasar el tiempo si no era sentado frente al televisor durante horas y horas o peleándose con su mujer. Sus problemas con la bebida empeoraron. “Me destrocé la vida”, admite Müller. Por suerte, sus amigos del Bayern de Munich, especialmente el entrenador Uli Hoeneß, lo ayudaron a levantar cabeza. 
Su antiguo club le ofreció un contrato en 1992, se responsabilizó de los patrocinadores, del descubrimiento de nuevos talentos y de la preparación de delanteros y guardametas. Después, se dedicó a entrenar a los juveniles y ascendió a ayudante del entrenador del primer equipo. Actualmente, ha recuperado el control absoluto de su vida y ha encontrado la paz interior: “Nada hay mejor que estar en el Bayern" dice. 
También tiene un contrato con Adidas a nivel personal, ya que existe un modelo de calzado deportivo de la marca con su nombre.

Franz Beckenbauer dijo: “Entre todos los grandes jugadores, Gerd Müller es para mí el mejor. ¡Era imparable! El Bayern debe su grandeza a Gerd Müller. Sin los goles de Gerd aún estaríamos en el almacén de la calle Säbener” 
Dentro del área, Gerd Müller era una de esas armas del nueve largo.


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